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Mostrando entradas de febrero, 2010

Donde duermen las lluvias

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Murió la tarde, como el trigo segado, como el viento desgranándose en brisas. Así nos desgranamos gastando los abrazos, los te quiero de lluvias, los siempre suspensivos, y al igual que el trigo, nos convertimos en masa para nuestro pan diario, y somos amantes sin la carne, implícitos en piel y noches; nadie nos vio, nadie lo sabe. Sólo las lluvias amándose sin verbos.

Niña chocolate

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Correré a tu lado a mi norte aunque no me veas derretirme adosado a tu sol. Niña de chocolate, papel de arroz sobre los pies del aire. Mujer en erupción tan natural como pétalos, una bocanada de risas. Tú, dueña de mis espejos: tus ojos.

Fisuras

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De pronto digo mansedumbre y aparece una boca austera llena de hambre; me besa la nostalgia, abraza lo irreconciliable, fatiga con creces las bisagras de mis ojos y salvajemente tierna me devora la ausencia. Por un instante soy vulnerable.

Hasta que el silencio cercene la lengua de mis versos

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Me retiro tres pasos ampliando el radio de mis ojos; distingo luces mortecinas sucumbiendo en corazones desposeídos; en la cornisa llora la vida oblicua a nuestro abandono. Te seguiré encontrando luego de las muertes de las rosas, sin vergüenza del llanto estéril. Nada vale más que tu piel que me sostiene. Amor crepuscular, el que me suicida con poemas y me renace en rocío-miel, zángano libertino de tu esencia. Tantas veces libaría tu sangre como siempre antes, como antes. Seguiré hablándote orgulloso de mordaza y pluma hasta que el silencio cercene la lengua de mis versos y la vida salte desde la cornisa con la última palabra desintegrada.

Como los peces de barro

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Tómame los abrazos como la memoria que regresa, planifica un tiempo de reencuentros, sin preámbulos, con la osadía de una gaviota queriendo ser pez en los remolinos, en la generosidad de un río que sube para devolver las aguas a las lluvias. Tómame en el preciso instante que quiebra la cascada, voltea tu vista hacia la orilla opuesta al sol; allí verás un velero agrietado, anclado entre rocas gastadas por los besos de tantas lluvias marrones, como las angustias de los peces de barro que pintan las orillas. También soy un pez de barro siguiéndote tras la crecida.