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Mostrando entradas de noviembre, 2009

Robar tu esencia

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Quizás te deba una disculpa o un regalo infinito, incomparable por único. La luna no te ofrezco, se la llevaron los poetas y la hicieron de goma, es decir… la estiraron tanto que quedó oblonga. Pero sí, te debo una disculpa. ¿Ves estos dedos? Absorbieron tu tinta robaron tu esencia y fabricaron versos sin permisos, sólo porque a ti te sobra o al menos empapan mis ojos y mis sienes cuando las descanso sobre tu memoria. Sé que no son más que letras, adosadas a una rima; sólo casualidad, la música la pones tú cuando llegas en ellas y sonríes abanicándome el aire de calandrias. Te fabricaré una poesía - si la lucidez me lo permite - al fin y al cabo no sé hacer otra cosa; quizás improvise a modo de disculpa un perdón de caramelo empañado de lluvias las que te gustaba llover sobre la ventana. ¿Te acuerdas? Después de todo no me hace ladrón hurtar del aire todos tus aromas, ellos sutilmente buscaban mis distancias quizás añorando los besos que te daba. Igual te debo mi disculpa; no una, cien

Que no caigan los despojos

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Alguna vez los nombres las uñas desgarradas las paredes rasguñadas de piel los zócalos de la razón. Alguna vez… Quizás en otros próximos segundos millones de segundos abstractos acabarán en el desagüe, sobornados en la subversión de latidos renegados. Alguna vez… / Clama la fe autista, atea, por la bendición de la cordura; que no caigan los despojos sobre mis pies mientras afuera el orbe me mastica los pasos./ He contado en mis espantos los borregos de mis sueños, estabas entre ellos; pasaste dos de cada tres insomnios uno de cada dos una loba hambrienta persiguiéndote: mi locura. Pintura: Obra de Juan Enrique Alcalá-Zamora Arroyo

Para volver

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Llegan las palabras descendiendo aromas vestigios de versos recorridos en tu espalda. Trémula vorágine descarrilando cuerpos sobre vías muertas y abandonadas. Realidad saturando el idílico lamento en viajes subterráneos al marfilado cristal de las miradas, llamas rojas que pluralicen estentóreos abrazos, posibles subterfugios que engañen la ansiedad a mitigar la paralizada quietud de la esperanza.

Antípodas

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Cuando creemos que todo fue lavado por la abundancia de ojos lluviosos; cuando pensamos que los afiches dedicados a los rostros que amamos se alejan de las carteleras del corazón; surgen detrás de los paraguas del olvido sacudiéndose el lomo mojado en la intemperie que recicla diluvios. Entonces comienza el desequilibrio, la soga tensada de la memoria oculta pende de la milésima de hilo que la sostuvo y descubrimos la verdad del sol, el cliché vetusto que anuncia que siempre está, aún cuando llueve. Tal vez el maquillaje del olvido se descorre por debajo del sudor de la almohada donde abrazado reposaba lejos de las miradas y tan cerca que era imposible no besarlo con lágrimas; precio inasequible del amor sublime el que añeja barricas de agua de mar en las antípodas distancias, del mar que guarda las memorias inconclusas.

Ímpetu y mansedumbre

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Es la piel del ser permaneciendo intacta: capullo encapsulado por vertientes de seda y amatista. / Toda la estirpe reflejada en esos ojos, toda la mansedumbre, toda / Regresa cada ímpetu, cada espacio a editar su cansancio futuro; la contemplo desde mi senil impotencia, ella me soporta, sabe que la amo. / Duerme recostada sobre sus urgencias / Le robaré al ruido un silencio y se lo colgaré a su oído. ¡Qué nadie la despierte! Acuna sueños en su cansada espalda.

Inmediatez

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Palpo la estructura por debajo de su anatomía, aún permanece intacta. Apenas un roce de tiempo rasgó su vestimenta; no es momento de frenar la historia. Cala hondo el hilo de angustia que sostiene la fragilidad del gusano de seda; seguir urdiendo la tela que oculte la memoria, es la inmediatez.

Vertical

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Eres, digo; el verde perenne del ciprés, el abrazo infinito de Andrómeda, cinturón de oxígeno de mis sienes aspirado en la estrechez de tu lengua. Eres, la frugalidad de mis vértigos precipitados. Mi hambre voraz. Puede que me veas con el agua hasta los ojos arremangado de ti. Respirándote en vertical.

En voz baja

A veces llego ciego a ti abrazado al tatuaje de tu sombra, en la redondez de tus hombros desnudos de sabanas, a dejarte una razón, una clave descifrable que sólo tú conoces. Tantas otras recojo mis intentos, los acumulo sobre mi espalda y me acuesto sobre ellos a soñártelos en voz baja.

La niña de los espejos

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Ayer la necesité, ella no estaba La extrañé siete vidas. Fui a mi boca por sus sonrisas, me toqué los ojos y le escribí un poema, mis versos regaron su espalda de alas. / Una niña juega a las muñecas se parece a una mariposa enamorada; maquilla, desviste, viste y peina. Sueña, sonríe a su esperanza / También ella es niña. (Ayer la necesité) Había una muñeca sobre mi cama no era mi niña, ésta me esperaba. Algunas veces dijo amarme. Le creo. Sigo amando su voz en la muñeca callada. Fuimos amantes de cabellos y dedos; yo desnudaba su peinado; ella sonreía. Seduciéndome. / La niña desempaca sus espejos, llora muñecas rotas aplastadas por los miedos / Ayer vino a besarme con palabras, recogí sus plumas de mi almohada. Hoy la extraño otras siete vidas; temo por sus alas.

Evasivas

Camino sobre un mar enloquecido, olas de miserias sin rostros me arrastran, me llevan en cascadas violentas en caída libre; tobogán de asfalto escarchado. Alcanzo a asirme del atril de un bar que me sonríe con su boca de luces y penumbras, también me arrastra hacia adentro, quizás de mi mismo, para evadirme en el alcohol de mis miedos. Afuera las olas crecen absorbiendo rostros muertos, adentro sinfonías de copas; mienten descaradamente.

Cíclico ritual

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De prisa se duermen los instantes amontonados en las esquinas de un reloj cuadrado; todo duerme sobre sus cenizas. Soy esfinge de hielo sobre una torre de arena, sobrevivo amparado en tus sombras las que emergen desde el fondo de las dunas. Exhalas y me tocas; brisa íntima. Zumba el siroco, cae otro beduino enamorado por las centellas de una cimitarra oxidada; arenas rojas tiñen el hielo. El crepúsculo subraya las pestañas de un horizonte. Bajan nubes de polvo, se descubre un plomo de cielo antes que vuelva a llover hielo desde abajo de las dunas. Luego emergerán tus sombras cumpliendo con el cíclico ritual de los recuerdos.

Sin reglas

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Pernotar en la mansedumbre de un vientre despojado de obscenidades ajenas sin preámbulos ni perentorias urgencias; sin las mentiras abstractas de un te quiero, de un extrañamiento innecesario soslayando las normas de los que dicen. Sin escuchar los ruidos de las piedras tras las cortinas que señalan. Y nuestros ruidos no mienten, no fingen orgasmos del alma que saturen oídos en complacencia; somos gemidos en concierto, al unísono; sólo la intención mezquina de usarnos sin límites ni candados. Ya no nos amamos o quizás renunciamos a esa locura de pertenencia al egoísmo mundano de ser dos en uno para ser simplemente humanos en vigilia; violadores subterráneos en los deseos sin objetivos, ni intenciones sin contraindicaciones de prospecto ni temor a reacciones secundarias. Así nos bebimos, desde afuera hacia dentro desde adentro hasta las miradas, hasta las axilas de los labios que exudaban intenciones húmedas sobre otras humedades. Y jamás volvimos a amarnos pero hay tanto amor, tanta ce

Tríptico equilátero

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Estoy en la libertad implícita de una taza de café sobre los labios, seduciendo sus aromas en el ritual mágico de saberlo una víctima y el liberador al desahogo de un insomnio de esta noche que no cierra. Donde los ampos trasnochados iluminan la conciencia y sus películas remake se proyectan en la sala de mi memoria atiborrada de fantasmas que tampoco duermen sus respectivas vigilias. Ellos también beben mi café. Entonces me visualizo invisible y el aire se transforma en morfina que no me roza la piel pero se clava en ella paralizando la noche bajo mis pies para volverla eterna. Y llegas tú, cortando el sorbo fatal de cafeína, el tríptico equilátero que equilibra la horizontalidad de mi sueño. Justo ahora que estaba espabilado para esperarte despierto.

A tu ternura

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Te haré preludio, te elevaré en notas sostenidas; cuando armonice tus ritmos te lanzaré en vértigo sobre las lenguas de los mudos y desplumarás cabelleras en las estatuas con rizos de calandrias. Los adoquines emularán tus huellas, silbarán en la cornisa dentada de un piano; desde tu altura lloverás. Nadie dirá que no te oyó cuando discurras sobre los sordos. / Sonreiré viéndote llover /

Respira

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Ese es el cielo que inventamos desnudándonos de azahares, viento y calma sobre las pieles fulgurante luz en los abrazos, vientres reducidos a poesías. No hay nada que temer de las palabras sólo sienten por nuestros poros, se oxigenan en alvéolos y necesitan espirar para ser verbos amantes. Desde la voz anhelando besos sístole y diástole respiran; no te ahogues.

Niña de enero (Tú)

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Me subyugas cuando trepas al trapecio de mi circo, llegas abrasando mi frío te posesionas le escamoteas sus escarchas lo vuelves impotente hasta dejarlo mustio sobre la arena, temblando de frío. Niña de enero verano de mi istmo, desconsolado y aterido te espero acurrucado sobre la última carrosa de mi nómada vida, en este circo que se incendia en alboradas de siglos, el último para este payaso desteñido.

Rostros conocidos

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Rostros diferentes en concilio acordaban: derogar mis enojos, mis lágrimas, mis ojos desvastados, los tendones de mis dedos sin caricias. Rostros conocidos. Uno se acercó a mi lengua, besó mis labios con sus dos mejillas; otro enjugó en sus ojos mis lágrimas secas, bautizó sus párpados con mis dedos los alimentó de caricias. Rostros que regresan a mí a revivir sus huellas. Son mis nostalgias. Dejando remolinos de tardes heridas.

Exilios

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Algo del mar, de las partidas, de los retiros voluntarios hacia un exilio de nostalgias. Puede venir de cualquier lado hasta de un caracol muerto y su casa abandonada; desde los senos olvidados lejanos al cofre de las manos. Sangrienta memoria, lúdico recuerdo que no olvida ser o haber sido. / Me nombras en tus exiliados silencios; me nombras pero no me nombras, sólo ecos sin ruidos / Algo de esta playa mordida de mareas de este reflotado galeón sin preseas, podrido; nacientes vuelos de peces alados sumergidos en un naufragio de maderos. Algo regresa, digo, oníricamente a fermentar las uvas morenas de mis vides, a beberte vino en la embriaguez de tu ombligo sobre la matriz del sueño dormido. Algo de mar revuelto permanece al paso de tus ecos en olas y mareas.

Complementos

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Se deslizó en mi hombro la sombra de tu voz como espectro de beso. Calcos de tus labios corrompidos bajaron del vértigo de mi oreja hasta el tacto rígido de mi centro. Fueron tus senos y mi pecho, la ternura. / Hiedra y muro /

Patinetas de papel sobre una sonrisa muerta

Detrás de cada beso acurrucado duerme un ángel. Sobre los surcos descubiertos palpita una sonrisa como una marioneta sin gracia. Arrugada se desfonda la piel y entre sollozos adormece un niño en patinetas de papel buscando el viento donde remontar sus años, los de ayer, los que fueron tersos, acunando la franquicia sin límite de ser libre, montado a pelo de sueños con sus pies de pájaros en libertad. Ya no vuela sobre las rúas del viento, el ángel se durmió sobre un trompo inquieto, gira, gira y aterrizará con su frente sobre la pista cerrada de una sonrisa muerta.

Parecer

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Quise parecerme a esos ojos crecer en sus pájaros asombrados de espacios, robarle sin culpas un beso acorazonado desde el rubí tornasolado de sus labios. Atardecer en oblicuo a infinitos gozos embullado de intentos en cadena sobre la cornisa de un suspiro; aniquilar los resabios de jactanciosos amores, peregrinar en sus andamios de gárgola adormecida, persuadirme en sus espejos, ser poseso de una vez para todas las auroras; pero ella cerró sus ojos negando ser poesía.

A su quietud

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Son sus silencios hostiles no son las noches vacías, ellas existieron antes, mucho antes de su verbo poesía, de su elixir de marea interminable izando al albur mis velas. Es la quietud del ciprés que quedó estupefacto de frío, la brisa que mastica mis codos cuando sostengo mi cabeza desde mis orejas hasta su vientre mudo. Es el límite, el final de las letras, el relámpago en la lluvia, la quietud del estanque, el efímero beso que fue, la mansedumbre del verbo, las palabras de amor hacia ella, para ella, sólo por ella. / Cuánto la he amado en esa inquietud; cuánto la amo en esta quietud / No son las noches vacías. / Ya no más palabras / Me angustia el amor en el silencio… Me angustia el amor… Me angustia… Me… / Ya no más palabras de amor/ A su quietud.