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Mostrando entradas de enero, 2010

Supongo que fue tu manera de amar

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Ayer te vi mujer; nunca te amé tanto como ayer ni cuando sostenías mi vida de tu hilo desmadejado debajo de tus pies; pisabas mis pies. Supongo que fue tu manera de amar.

Los pájaros que inventamos

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Donde ya no estás, supura el plomo. De sus órbitas atómicas huyen los pájaros, los locos pájaros locos con sus risas histéricas. El gris obtura el cielo y no sé si lloverá, o sólo son nubes pasajeras espantando al último tren que se evapora, como sus bufidos de vapor gris. El tren de los pájaros locos; de los pájaros que inventamos.

Como todas las rotas margaritas

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He visto el amor rondando los parques, entrelazados ausentes, como si nada importara; lo vi resuelto a someter cuerpos, reducirlos a pieles desnudas, osadamente desnudas. Se arrastraba tras los árboles, se dejaba llevar en andas, en cuclillas o mansamente caer en la hierba; chorreaba estaciones, cualquiera, todas juntas. Florecía en tréboles, entre piernas de enredaderas, senos rosados, rosados como la juvenil vergüenza que ausente se desprendía de pudores sobre la hierba o sobre otro cuerpo verde, verde de besos, de colibríes alborotados sorbiendo polen fresco. Lo he visto refugiarse en la sangre del fuego transpirando aromas, alelado de axilas, dormirse luego, relajarse y volver a ser pudores cómplices. Y he visto un amor atardecer, refugiarse absorto entre distancias sin laureles ni boletos, subyaciendo en la gris mansedumbre de los días como la noche que inevitablemente nace para morir en silencio; como todas las rotas margaritas.

De esperas y lluvias

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He aprendido a sesgarte, a desdoblarte desde la esfinge a tu carne, desde la primera alborada hasta tus axilas de jazmines hasta ser el ombligo que te separa; todo eso con la habilidad de mis manos y el crudo invierno de los ojos que arrecia al abrazar aire, el aire inconsistente donde antes estabas. Pasas pero no pasas por el cedazo mezquino de intenciones de permanecer incólume en la borra del café, en lo que llamé huellas de amor de madrugadas imperecederas. Onírico despilfarro de deseos voluptuosos. Tras la derrota la incongruente vigilia se apoltrona a esperar una revancha; la última lluvia antes de la resignación. Gracias tuti (Anna)

Cuando calló la ola

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Le di mis calles, mis pasos gastados de seguirle, los pedúnculos de mis manos; todo porque había una urgencia enredada en el aire. Fue la noche del diluvio, donde las bestias apareadas en las sombras esperaban su arca hacia el exilio. / Yo, un paquidermo noctámbulo sobre el tejado, y el ancestral miedo que dentro del morral hubiese una jauría de ratones acechando / Le di mi absurda melancolía, las pálidas farolas de mi acera, el surco de glicinas desprendidas corriendo al costado de su huída. Fue la noche del diluvio. Cuando calló la ola los ratones ya no estaban; ella tampoco. Obra: EL ARCA Y EL DILUVIO - Gustavo Aimar

De todos modos

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Me basta saberte; aun en la desfachatez besando otras pieles ajenas, distantes, mientras elucubras indiferente mi ausencia. Cuando supongo que existes; me basta con saberte.

Grillos

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Tus recuerdos… tus recuerdos… cri-cri, cri-cri, cri-cri… ¿Dónde diablos dejé tus recuerdos?

Donde las mareas

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Brotó en la calle de improviso, como un trueno seco; descerrajó dos balazos de miel sobre mis ladrillos de vidrio, mis dos ojos de vidrio, mis lirios ciegos; irrigó arterias donde hubo intemperie de cirios. Se aposentó dueña ama-da-ma-gestuosa, señora de la vorágine con su espada cantarina entre mis costillas y la coraza. Fue mucho, mucho más que un sincope de mareas, mucho más. Demorará en retirarse.

Quizás te escriba algo

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Como un puzzle de sueño y piel intento rearmar mi memoria. Veintiuna piezas; noventa y nueve versos; mil otoños de marfiles de sonrisas y una canción que ya no desespera. Tantos días para re-armarte, para enmarcarte. Cinco lunas congeladas en la nevada de agosto, veintidós nuevas primaveras. Benedetti y su paso que pasa… ay! no me tientes, que si nos tentamos no nos podremos olvidar… Y no se puede olvidar un puzzle incompleto con todas sus piezas; la clave de sol que no está enmarcada aunque brille con su ausencia. Colocaré mi pieza, mi puzzle completo, la memoria que no olvida enmarca el sueño. Quizás amor, en otra primavera… te escriba algo.

Aquella tarde

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Toqué su hambre, adoré su virtud preñando vuelos y en la costa de isla inexpugnable, con cuarzo y fuego fertilicé su piel de arena. Estalló en rojas flamas el cerrojo de su cáliz. Llamó al mar y lavó su vergüenza; aquella tarde.

Coordenadas de un triángulo

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Todo desaparece en la rotación estéril de la tierra. Luego regresa. Cerramos los ojos y la osa mayor ya no está en el punto exacto de la esfera. La mesa cotidiana, disimula debajo del mantel, rodillas clandestinas en preludios. Debilidad consensuada; mi pie dentro de su braga. Fueron sus ojos la geometría, las coordenadas de un triángulo, marcación celestial de un big bang. Luego desaparecimos los dos: mi pie y yo. No regresamos. La osa mayor señalaba -debajo de la mesa- el vértice exacto de un triángulo.

Afuera corren buenos tiempos

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Calma, afuera corren buenos tiempos, y el aire, sortilegio de amapolas, enamora la ansiedad de la espera. Deja que tus marfiladas manos añoren el bronce de las estatuas con sus historias de verdes oxidados; no corras tras las palomas ellas sólo recogen migajas de los escombros. Sé tu misma, no te inventes. Fluye como el aire debajo de los aviones, levanta vuelo desde tu torre. Erige un castillo con miserias que te incomoden, destruye el puente sobre su fosa, siéntate a ver tu obra; y sonríe.

Encuentros (Cuartillas trisílabas)

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Seduces al aire que pasa dormido. Aromas en besos, perfumas auroras. Estampan tus labios la boca deseada. Derrites deseos; suprimes angustias. ----- Podría amarte sin miedos, por siempre. Ser calma, abrigo al viento, ciprés. El vino del sueño que riegue insomnios. El hábil botero que bogue tu piel. / Ser sólo amantes urdiendo encuentros /

Amnesia

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Tengo la extraña sensación de haberte muerto antes; antes de los litúrgicos recuerdos dominicales en la voz que te nombraba entre los coros de murmullos. Querías descansar en los fantasmas y yo te mataba, tantas veces como brotes renacías en los pliegues de mi obtusa memoria.