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Mostrando entradas de diciembre, 2009

Nudos

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Habitas en mi garganta como el primer tren rumbo al canto eterno. Evacuas el humo en tu aire y el último vagón respira melodías. Respira de vos. Son los días que viajan húmedos que atraviesan lastimando cuerdas irritadas, disimulando amagues de extrañezas entre los pañuelos de versos desechados. Es el resfrío que irrita a la ausencia. No obstante sigo la marcha y reverbera la luz de la farola entre luciérnagas, son las ventanillas del alma que se abren colapsando las retinas. Hasta los míseros lacrimales se anegan.

Ríos de leche y medialunas

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Sobre tus senos divagan dos vientos: uno blanco y otro azul. El blanco ama tu seno izquierdo; dice que hay una aureola boreal que lo encandila cuando la luna está detrás del monte de Venus. El viento azul lo niega; que el seno derecho es el más bello, porque es espejo de un faro extraviado que se proyecta en forma de velero. Yo digo; desde mi horizonte de axila, que son los senos más bellos que han bebido mis labios, que por ellos transitan ríos de leche y de medialunas cuando mi frente los acaricia y su sudor se mezcla de sus aromas. Yo los bebo, cada rocío, cada café que preparas con ellos y son el elixir de mis mejores tormentos. Tus besos de pezones erectos rozando mis labios… ¡Ay, qué tormento! Y son sólo míos cuando los bebo.

Tatuando versos

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Sutilmente, el menor roce de un aliento desnuda la piel de seda, se descubre tímida la varilla que marca tu cintura, talle irrigado de gestos que abrazan besos de agua. Como el tallo de arroz te meces en la inundación espontánea, seduces las terrazas de las manos que absorben tus granos ellas te cosechan te erigen matriz del poeta. Firmemente, marco huellas de versos en tu piel-hoja de papel de arroz y no te quiebras.

Saldos y retazos

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I Me confunden las horas de la espera pasan cruzadas, descruzadas; las cuento tantas veces como a esas golondrinas que regresan a sus lugares de estíos tan distantes y opuestos pero sin olvido, al mismo sitio. II Son tan bellos los unicornios y es tan puro dormir sobre ellos como en un colchón de cuernos en puntas tan filosas como las puntas agudas de los cipreses. Ambos no duelen cuando se es carne muerta. III Me confunde el cántaro. Tantas veces ha ido a la fuente sin embargo nunca volvió lleno ni ROTO. Fue la fuente cuando vino a buscarlo que se desgranó en astillosas lágrimas de arcilla. II ¡Son tan bellos los unicornios!

Transparencias

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Adelante: la memoria abierta centellea en los picaportes, despliega los goznes en chillidos espeluznantes. No corro tras la sombra que huye despavorida por las cornisas: sé que volverá. Atrás: dos soles blancos uno llama, otro luz ambos un conjuro de distancias. La loca cordura que practica cirugías a un vértigo que quiso ser vida, apenas un brote de sueño entre las piedras. Al centro yo; el desconcierto.

Solana

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Entre los arbustos perezosos saltando de rama en rama se entretiene la prisa. Juega silenciosa la tarde. Un gnomo duerme la siesta y el aire atrapa abandonos; huele a tierra seca la solana. Las bocas guardan silencios, los pies cuartean las sombras. Una sonrisa desgastada tras los ojos achinados otea la abulia. Se expande la ausencia. Incongruencia del ser: decir que el sol es vida cuando no hay nadie en el paisaje.

Mudan las esperas

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Como el ave remontaba el cielo; incansable. Eran sus plumas la piel del viento la carrera loca del verso: escribía poesías en mi cuello. Sus alas plumosas mi alero. Como el ave se desprendió en colgajos desde mi arcilla seca. Fueron las guerras que la alejaron de mi paz, mi incertidumbre, mi abulia encanecida, mi vuelo ciego hacia el fuego frío. Como aves mudan de nido las esperas, impacientes, estériles. Así perdimos el horizonte y extraviamos los sentidos hasta ser pájaros en desconcierto, mudos, idos. Y caímos. Imagen: Rufino Tamayo (I). Hombre mirando pájaros.

Diciembre de los bostezos

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No te he hablado de diciembre ni de sus encuentros conmigo tras los días de ruidos; del temblor que provocaba la copa vacía sobre el extremo de una mesa incompleta y de comida sobre un plato sin tocar. Afuera las urgencias de llegar a un simulacro rutinario de ser feliz al menos una vez cada natalicio, cada muerte inconclusa, cada desvarío explotado en pólvoras al cielo. / No te he hablado de mí / Plagiar la risa desde un corcho, muestrario de una existencia efímera, letal y etílica, volátil como burbujas de gas escapadas en eructos trasnochados, alientos de manzanas pecando en abandono. Es el desvarío, la lluvia de falsas estrellas que incendian árboles de plásticos coloridos vacíos como las copas luego del suicidio, del brindis de los bostezos, de las perezosas campanas aturdidas de ruidos que desentonan la noche. / Te he hablado pero estabas ausente / Y me recojo junto a los trastos de una cena inútil, apago los versos escritos en servilletas mojadas, desparramáronse las letras sobr

Aquellas incógnitas

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Intenté dormirte, vestirte musa desde los versos, desde la matriz de incógnitas tajantes de libélulas en celo hasta la certeza efímera de un laúd sordo y descordado. Y quise dormir contigo en los ápices de tus senos, en la vorágine inmadura de tus deseos de vientres, de un Noviembre ajetreado de sonámbulas mariposas. No hubo reconciliación tras las cortinas de pestañas, las vías con sus baches de noctámbulos borrachos sepultaban botellas y besos rojos en las colillas apagadas. Murió un semáforo atropellado en represalia, por la osadía de guiñarme un verde justo cuando te soñaba. Voló un rojo sobre el horizonte negro, tiñó un ojo de vino amoratado, amanecer de párpados sobre tu ausente esqueleto. Ya no intento dormir sobre el champagne derramado, se han viciado las musas sobre un ikebana de yeso que firmaba tu nombre con glicinas escarlatas en la matriz de incógnitas de tus libélulas en celo.