La sombra del amor

No sé como sucedió ni cuando, solo sé que un día asomado a la baranda del puente negro, sobre el lago artificial del parque Sarmiento, cuando el sol descendía abruptamente en los cortos días de invierno, vi reflejarse sobre el agua, verde de musgo y suciedad acumulada, una sombra de mujer, curiosamente adosada a mi propia sombra. Giré mi cabeza tratando de ver a la persona que se había acercado sigilosamente sin que yo me percatara, pero no había nadie detrás, ni siquiera en los alrededores como para suponer que haya escapado rápidamente.
Superado ese instante de confusión y pensando que el sol me había jugado una broma, volví a mi situación inicial para observar a los patos que allí se concentraban en busca de su alimento.Transcurrió un instante y otra vez la sombra proyectada sobre el agua junto a la mía, esta vez no me di vueltas, me quedé observando a mi sombra moverse junto a la otra misteriosa sombra como si ambas tuviesen vida propia. Lo primero que atiné fue preguntarle quien era. Ésta, definitivamente sorprendida y sin tiempo a ocultarse nuevamente no le quedó más que dar una explicación para aclarar su situación.
La sombra me contó que hace un año atrás, en el invierno del ’79, había una mujer enamorada (su dueña), la cual fue muy desilusionada por el hombre que amaba y atormentada por la pena, decidió terminar con la agonía que significaba despertar cada mañana sin el amor a su lado, y la solución era arrojarse al lago que a pesar de no ser profundo sería suficiente para terminar con su vida.
La sombra continuó con su relato ante mi asombro por la historia narrada.

- Intenté convencerla que desistiera de aquella loca idea, que había para ella otros amaneceres distintos, que solo debía esperar a que el tiempo ayude al olvido, que seguramente otro amor suplantará su pena por alegrías, pero ella no escuchó razones, ni siquiera tuvo un mínimo de consideración por mis propios deseos de no terminar como ella. Yo me sentía una sombra fresca, llena de vida, que merecía otras oportunidades, por eso, cuando la mujer trepada a la baranda del puente se dejó caer, logré estirar mi largo brazo de sombra que el sol del atardecer proyectaba y asirme a los maderos del puente, hecho que me salvó la vida pero que no detuvo la caída de la mujer, que fue desprendiéndose de mi como una piel desgarrada, cayendo definitivamente al agua verde y de la cual recién pudieron rescatarla unos días después cuando un ciruja que deambulaba por la orilla del lago la descubrió.

¿Qué hiciste desde entonces le pregunté?

- Mucho tiempo esperé escondida entre los árboles, detrás de otras sombras, para no asustar a nadie, hasta que un día apareciste y me acerqué sin que te dieras cuenta de mi presencia y me escondí detrás de tu propia sombra, mimetizándome con ella. Ella, apiadándose de mí nunca me delató, al contrario, llegamos a ser grandes amigas y a compartir momentos agradables cuando la oscuridad se hacía presente. Eso hasta el día de hoy, que no pude resistir a asomarme alentada por los recuerdos de ese amor muerto, justamente allí, una tarde fría de invierno cuando quedé definitivamente sola.

Sorprendido y conmovido por la historia de esa mujer, contada por su sombra, decidí que no había razones para pedirle que me abandone, al contrario, sentí la necesidad de proveerle a mi sombra una compañía para que en las noches, cuando ya no cumplan con su misión de proyectar mi figura, puedan descansar mimetizándose con la oscuridad.

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