De río

Claudica la luz al llegar el ocaso,
el abrazo se enfría cuando el adiós se aproxima.
Nada es como entonces,
ni la casa, ni la calle, ni el manso cauce del río.

Los ojos que ya no miran al atardecer caído,
sucumben incrédulos al ver compungidos,
al cuerpo de la muchacha que se alejaba sumiso,
por el danzar ondulante de la canoa en el río.

El viento serpenteaba garabatos de suspiros
y el amor se derramaba con sus fantasmas de olvido,
tallando surcos de lágrimas
sobre la piel del rostro curtido.

Y el pescador ya no pesca, su amor se lo llevó el río
y en redes de espuma blanca junto al amor partido,
quedaron sus esperanzas,
ya sin razón, ya sin destino.

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