Desahogo

Aureolas de sal sobre la almohada,
de siglos hastiados de soledad,
de postigos cerrados en silencios,
de apretada garganta en orfandad.

Era la angustia que paría,
lágrimas redondas de tristezas,
derramadas en insomnes noches,
cuando la vida era fría piedra.

Como el efímero espacio de un segundo,
brotaban para morir deshidratadas,
y solo quedaba la resaca,
del dolor sobre mi almohada.

Compungido en contracciones,
sin más testigo que mi alma,
cuando la agonía de estar vivo,
derramaba lágrimas saladas.

No era el final, era el principio,
el comienzo de la calma,
era el elixir que relaja,
la pena que no se marcha.

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